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Tras el éxito de Eugene Onegin, Chaikovski volvió a adaptar una obra de Pushkin en la que sería su penúltima ópera, un encargo del teatro Mariinsky que aceptó desarrollar cuando se entusiasmó con el libreto que había empezado a proyectar su hermano Modest.

Acto I, Hermann

“Po- luschish smertelny udar ty”

Hermann escucha en el parque a dos compañeros soldados que hablan sobre el secreto de la condesa: una combinación que hace que un jugador gane siempre a las cartas. En ese momento, su mente se nubla: empieza a olvidarse del amor que siente por Lisa y emerge la obsesión enfermiza por la mano ganadora. Ese cambio de humor viene acompañado por una metáfora musical: se desencadena una tormenta bajo la cual —entre frases furiosas y crescendos épicos que obligan al tenor a escalar agudos abruptos— Hermann jura que descubrirá el secreto de la anciana. Es el momento en el que la ópera entra lentamente en su dimensión oscura.

 

Acto II, Ieletski

“Ya vas lyublyu”

Lisa acude con su prometido, el príncipe Ieletski, a un baile de máscaras al que está invitada toda la nobleza de San Petersburgo. Ella entra con un claro gesto de perturbación: el día antes se encontró con Hermann en el parque y empieza a sentir una pulsión amorosa de la que el príncipe parece darse cuenta. En ese momento, el barítono debe defender un aria de un lirismo delicado que es, por su forma clásica —una especie de versión rusa tardía de la tradición belcantista italiana—, uno de los momentos individuales más queridos de la ópera y una de las grandes aportaciones de Chaikovski al arte del aria de factura perfecta.

 

Acto III, Lisa

“Akh! Istomilas ya goryem”

En el corazón del tercer acto, Lisa espera a Hermann a medianoche, junto al canal. Es una noche fría y perturbadora, otra metáfora del estado de ánimo de la joven, que sospecha que Hermann ya no la ama, y que su acercamiento inicial estaba motivado por descubrir el secreto de las cartas de la condesa. Mientras aguarda, se lamenta por su mala suerte en un aria breve, esforzada y cargada de dolor, todo un tour de force para cualquier soprano, no solo por su evidente dificultad, sino por ser la culminación heroica de más de dos horas de lento desgaste.