El Gran Teatre del Liceu
Origen
Los inicios del Gran Teatro del Liceo datan de 1837 cuando un batallón de la Milicia Nacional, bajo la iniciativa de Manuel Gibert, creó en el desafectado convento de Montsió (actual portal del Ángel) el núcleo institucional del futuro Teatro: una sociedad dramática de aficionados por el cultivo de las artes escénicas. El 21 de agosto de 1837 tiene lugar la primera representación El marido de mí mujer de Ventura de la Vega, un paso de baile y un sainete.
En 1838, los socios deciden dar un paso más y añadir al proyecto una orientación docente con la voluntad de equipararse al Conservatorio de Musica y Declamación de Maria Cristina en Madrid; es de esta forma como nace el Liceo Filarmonico Dramatico Barcelonés, con el fin de promover la enseñanza teatral y musical. El mismo año obtienen el permiso de añadir el nombre de la reina: Liceo Filarmónico Dramático Barcelonés de S.M. la Reina Isabel II. El Liceo lo formaban los socios accionistas, los contribuyentes o abonados en las temporadas teatrales y los alumnos de las cátedras, que recibían su enseñanza a cambio de ofrecer representaciones escénicas gratis.
En 1844, se encarga al socio de Joaquín de Gispert y de Anglí el proyecto de encontrar un nuevo emplazamiento para construir un edificio que acogiera las cátedras docentes y un teatro; así como idear la fórmula de financiación del proyecto. El espacio escogido fue el antiguo convento de los Trinitarios en La Rambla. La compra del edificio se formalizó el 9 de junio de 1844, con unas condiciones económicas muy favorables por el Liceu.
El proyecto de financiación se concretó con la creación de dos sociedades: La Sociedad de Construcción, formada por el propio Liceo Filarmónico y accionistas de las familias acomodadas que recibían a cambio de sus aportaciones económicas el derecho de uso a perpetuidad del 50% de lonjas y sillones.
Como la solución aportada inicialmente se mostró insuficiente desde el punto de vista económico se creó una nueva Sociedad auxiliar de Construcción para aportar el resto de dinero a cambio de la propiedad de otros espacios del edificio en el que se instalaron tiendas o el club privado del Círculo del Liceo.
A diferencia de otras ciudades europeas en las que la monarquía había participado activamente en la construcción de los grandes teatros de ópera, el Liceu fue levantado a partir de aportaciones particulares, lo que comportó que una importante parte del Teatro fuera propiedad de muy pocas familias.
El primer Liceu 1847-1861
La primera piedra del nuevo Teatro se colocó en el mes de abril de 1845. El arquitecto Miquel Garriga fue el encargado de la construcción y dirigió las obras hasta 1846 en que fue sustituido por Josep Oriol Mestres.
El 4 de abril de 1847, el domingo de Pascua de Resurrección, se inauguraba el Teatro con una fuerte repercusión ciudadana. El programa incluía una sinfonía de Juan Melchor Gomis, el drama Don Fernando el de Antequera de Ventura de la Vega, una danza de tipo andaluz titulada Rondeña de José Jurch y coreografía de Joan Camprubí, una cantata en italiano de Joan Cortada con música de Mariano Obiols titulada Il regio imene. La ópera llegó unos días después, el 17 de abril con Anna Bolena. El nuevo Teatro contaba con el mayor aforo de Europa con una capacidad para 3500 espectadores y el escenario disponía de las instalaciones y la tecnología más moderna de ese momento.
Desde la inauguración, el Gran Teatre del Liceu y el Teatre Principal estuvieron en constante pugna. Esta rivalidad se centró en conseguir las mejores programaciones, y en ser los primeros en estrenar los títulos de mayor éxito o en contratar a los mejores cantantes. Hasta finales del siglo XIX, el Principal mantuvo la primacía, pero a partir de entonces, el Liceo, más innovador y rico, se convirtió en el gran teatro de la ciudad. Las rivalidades entre los espectadores Liceístas y Cruzados provocaron, en alguna ocasión altercados; ya que más allá del conflicto artístico estaba presente la confrontación entre dos formas de entender la burguesía y el poder ciudadano.
Pronto se pone de manifiesto que el Liceu no daba los beneficios esperados y éste es uno de los motivos que tensó la relación entre los propietarios de las localidades y el Liceo Filarmónico (actual Conservatorio Superior de Música del Liceo); así que en 1854 se acordó la separación de ambos entes. El 31 de diciembre de 1854 se promulgó el Reglamento para el régimen y gobierno de la Sociedad del Gran Teatro del Liceo, la dirección, la propiedad y el gobierno del Teatro pasan a depender, en exclusiva, de la sociedad de accionistas que a partir de ese momento pasará a llamarse Sociedad del Gran Teatro del Liceo.
La Sociedad del Gran teatro del Liceu nunca explotó el Teatro de forma directa, era la Junta de gobierno quien se encargaba de escoger las “empresas de funciones” que lo arrendaban por temporadas. Estos empresarios se comprometían a ofrecer un determinado número de funciones y gestionaban la programación de la temporada. La empresa de funciones era responsable también de la orquesta, el atrezzo y el vestuario así como de los gastos de los suministros del edificio; también estaba obligada a ceder una parte de la escenografía a la Sociedad. En cambio, recibía los ingresos de la venta de las localidades que no estaban adscritas a la Sociedad.
El primer teatro tuvo la corta vida de 14 años, el 9 de abril de 1861 un incendio iniciado en la sastrería se propagó rápidamente y destruyó por completo la sala y el escenario. El teatro quedó en escombros y los propietarios decidieron unánimemente que lo reconstruirían repartiendo los costes entre todos los accionistas y personas con intereses en el Teatro. Barcelona se ganó la admiración general ya que en un año se reconstruyó el Coliseo, de la mano del arquitecto Josep Oriol Mestres, de nuevo sin la financiación de la Casa Real.
El segundo Liceu 1861-1994
El Liceo reabría sus puertas en el mes de abril de 1862 con la ópera I puritáneo precedida de una pieza sinfónica Las dos lápidas de Joan Sariols i Porta (composición ganadora del concurso organizado con motivo de la inauguración del nuevo Teatro).
El público del Liceu era muy diverso. Las lonjas y la platea eran ocupadas por las grandes familias de la burguesía y la aristocracia local y a medida que las localidades subían hacia pisos superiores la composición social cambiaba. Allí se reunían los aficionados a la música y los miembros de la pequeña burguesía, y en el quinto piso la clase trabajadora. Sin embargo, el Liceo siempre había sido identificado con la burguesía. Más allá de su función como sala de espectáculos era un lugar de encuentro y fiesta con los bailes de máscaras, de exhibición de riquezas y donde se cerraban negocios y matrimonios. El hecho de que el Liceo se convirtiera en símbolo de la oligarquía le convirtió en punto de mira del proletariado revolucionario que a finales del siglo XIX estuvo fuertemente influenciado por las corrientes anarquistas italianas que utilizaban la acción directa o la “propaganda por el hecho” como medio de lucha contra las clases dominantes. El 7 de noviembre de 1893, en la función inaugural de la temporada, durante el segundo acto de Guillaume Tell, el anarquista Santiago Salvador lanza dos bombas Orsini en el patio de butacas, de las cuales sólo estalló una estela 20 víctimas y un gran número de heridos. Después de ese día, el Liceu cerró sus puertas y no volvió a la actividad artística hasta el 18/01/1894 con una serie de conciertos dirigidos por el maestro Antoni Nicolau. El atentado dejó un clima de miedo entre la burguesía, las lonjas y las butacas tardarían en volver a llenarse con normalidad.
El Teatro perdurará en manos de la Sociedad del Gran Teatro del Liceo hasta el estallido de la Guerra Civil en el que el Teatro es nacionalizado por la Generalitat de Catalunya. Esta nacionalización se concretó en el Decreto de 27/07/1936 mediante el cual el Liceo pasaba a llamarse Teatro Nacional de Cataluña. Tres días más tarde, en los bajos del Círculo del Liceo se instaló la Comisaría de Espectáculos de la Generalidad y el 5 de agosto de 1936 se hace un anexo al decreto quedando nacionalizado, también, el Círculo y el Conservatorio.
A finales de los años 70 del siglo XX, el sistema de financiación estaba del todo obsoleto en relación a los grandes teatros de ópera de Europa. En 1980, con la muerte del último empresario, Joan Antoni Pàmias, las administraciones catalanas toman conciencia del valor histórico y cultural de la institución y el 11 de diciembre, mediante un decreto de la Generalitat, se crea el Consorci del Gran Teatre del Liceo. En un primer momento formó parte la propia Generalitat, el Ayuntamiento de Barcelona y la Sociedad del Gran Teatre del Liceu; posteriormente se añadió la Diputación de Barcelona y el Ministerio de Cultura. Pese a la creación del Consorcio y la entrada de financiación pública no se logró detener el déficit en la economía del teatro.
La constitución del consorcio conllevó que la gestión directa del teatro quedara en manos de las administraciones públicas. El Consorcio nombraba a los responsables de la gestión y programación del Liceu que en un primer momento fueron Lluís Portabella, gestor de Pro-Música, en calidad de gerente y Lluís Maria Andreu, como administrador y director artístico. A pesar del incremento de las aportaciones de las administraciones públicas, el déficit fue adquiriendo unas proporciones realmente alarmantes.
Incendio y reconstrucción
El incendio del 31 de enero de 1994 causó un profundo impacto emocional y una fuerte y cohesionada respuesta ciudadana. El mismo día del incendio, el patronato del Consorci acordó por unanimidad la reconstrucción del Liceu en el mismo emplazamiento. El proyecto se encargó al arquitecto Ignacio de Solà-Morales al que se sumarían Xavier Fabré y Lluís Dilmé.
Paralelamente al inicio de la reconstrucción del Teatro, el Consorcio decide no detener la programación artística desde la convicción de que el Liceu no se reduce al edificio, sino que lo constituían sobre todo su público y el arte que se hacía. Se desarrollará la actividad Artística en otros importantes espacios escénicos de la ciudad: Palacio de la Música Catalana, El Teatro Victoria, el Mercado de las Flores, el Teatro Nacional de Cataluña o el Palau Sant Jordi, entre otros.
Para poder reconstruir, mejorar y ampliar el emblemático edificio fue necesario un nuevo enfoque jurídico de cara a su titularidad pública y el 5 de septiembre de 1994 se constituye La Fundación del Gran Teatro del Liceo en un acto solemne en el Saló dels Espejos. El mismo día se firmó la cesión de la propiedad de la Sociedad del Gran Teatro del Liceo a las administraciones públicas.
El 1 de febrero de 1995 se constituye el Consejo de Mecenazgo, con el fin de favorecer la financiación privada en la reconstrucción del Teatro y garantizar la permanencia del soporte empresarial en el proyecto del Liceu.
Tercer Teatro
El 7 de octubre de 1999, se celebra la función inaugural del nuevo Teatro con Turandot bajo la dirección de escena de Núria Espert en un nuevo edificio que mantenía una apariencia fiel a la anterior, pero dotado de una infraestructura técnica avanzada.
El Liceu renace como proyecto cultural dirigido al conjunto de la sociedad. El nuevo Teatro abre sus puertas como teatro público y como tal tiene la misión de crear un arte estéticamente ambicioso que llegue al mayor número de ciudadanos y velar por multiplicar las oportunidades artísticas de los músicos y creadores del país.
Joan Matabosch asumirá la dirección artística del nuevo Teatro hasta el 2014. Durante sus años de actuación mostró un gran interés en no reiterar valores-títulos, producciones, cantantes- ya consagrados, sino que procuró innovar con propuestas que estimularan la identificación de la ópera con un arte vivo y en constante transformación.
En junio de 2014 Christina Scheppelmann se sitúa al frente de la dirección artística del Teatro. Durante cinco años, ha sido artífice de unas temporadas artísticas equilibradas y de gran calidad sin renunciar a la innovación, con la contratación de grandes voces y con un fuerte interés por acercar la ópera a los más jóvenes. A partir de la temporada 19/20 Víctor Garcia de Gomar se incorpora como director artístico del Coliseo.
Tras la reconstrucción, han sido directores musicales titulares Bertrand de Billy (1999-2004), Sebastian Weigle (2004-2008), Michael Boder (2008-2012) y, desde septiembre de 2012, Josep Pons.
Historia artística
Espectáculos mixtos y consolidación del repertorio operístico (1847-1893)
El 4 de abril de 1847 se inauguraba el Teatre con un programa mixto que incluía una sinfonía de Joan Melcior Gomis, el drama Don Fernando el de Antequera de Ventura de la Vega, una danza titulada La Rondeña de Josep Jurch e Il regio imene, una cantata de Joan Cortada con música de Marià Obiols.
Durante los primeros años, los espectáculos se estructuraban a partir de una obra teatral, de una ópera, de una zarzuela, de un ballet o de un concierto con frecuentes intercalaciones de una variada gama de números de magia, funambulismo o prestidigitación.
La programación de Cuaresma se reserva a espectáculos estrictamente musicales, y durante el Carnaval se programan bailes de máscaras y de disfraces siguiendo una tradición muy extendida en toda Europa. La gran variedad de espectáculos estimulaba la presencia de sectores muy diversos de la sociedad, que llenaban diariamente la sala. Durante este primer periodo, la ópera representaba aproximadamente el 25 % de las funciones.
La primera ópera que se escuchó en el Teatre fue Anna Bolena de Donizetti (1847). Durante los primeros años se programaba principalmente ópera italiana, con una presencia muy importante de las obras de Rossini, Bellini y Donizetti. También desde el primer año se incorporó la obra de Verdi. La ópera francesa se introduce más lentamente, pero pronto adquiere una presencia importante, puesto que las características de la grand opéra encajaban perfectamente con un teatro de la grandiosidad del Liceu con la presencia obligada de un ballet, grandes masas corales e impresionantes escenografías. Los compositores más interpretados en este periodo son Meyerbeer, Halévy y Thomas.
Wagnerismo y los años dorados (1893-1939)
En 1863 ya sonaron en el Teatre las primeras notas wagnerianas en una función en la que el coro del Teatre y la Sociedad Coral Euterpe cantaba la marcha del Tannhäuser bajo la dirección de Josep Anselm Clavé. Pero hará falta esperar hasta el mes de marzo de 1883 para ver la primera ópera de Wagner en el Liceu: Lohengrin, estrenada el año anterior en el Teatro Principal. Las condiciones artísticas y arquitectónicas del Liceu lo convertían en el espacio más adecuado de la ciudad para la representación de dramas wagnerianos. Pronto llegarán también Der fliegende Holländer (El holandés errante) (1885) y Tannhäuser (1887). El fervor wagneriano fue creciendo, y en 1899 se estrena Die Walküre (La valquíria) y Tristan und Isolde, obra que inauguró la temporada 1899/1900 con una gran aceptación del público. La presencia de Wagner en el Liceu continuó sin desfallecimiento durante las primeras décadas del siglo xx y se materializa en los Festivales Wagner (primavera 1910/11) y en el estreno de Parsifal, obra que hasta 1914 solo se podía interpretar íntegramente en Bayreuth. Barcelona quiso ser la primera ciudad del mundo en llevarla a escena legalmente y la programó el 31 de diciembre de 1913. Las óperas wagnerianas estrenadas en este periodo han permanecido en la programación del Liceu hasta nuestros días.
Durante los años ochenta del siglo xix se consolida una estructura en la programación basada en la asignación de géneros para cada una de las temporadas: la de invierno, dedicada en exclusiva a la ópera; la de Cuaresma, en la que se alternan conciertos, ballet y opereta; y la de primavera, dedicada a la ópera o la opereta.
En cuanto a la ópera italiana, se consolida un repertorio propio al cual se habitúan los espectadores. En estas temporadas el público muestra un gusto especial por las óperas veristas. En este sentido destacan los estrenos liceístas de Mascagni como Cavalleria rusticana, Iris o Amica (dirigida por el mismo compositor); Pagliacci de Leoncavallo; o Manon Lescaut, La bohème y Tosca de Puccini, entre muchas otras.
En 1885 se estrena la primera ópera catalana en el Liceu, Lo desengany de Artur Baratta, y, en el mismo periodo, Sánchez Gavagnach estrena La messaggiera; Tomás Bretón, Los amantes de Teruel y Garín; Felip Pedrell, Quasimodo, L’ultimo abenzeraggio y Els Pirineus; y antes de fin de siglo se representarán Pepita Jiménez y Henry Clifford (dirigida por el mismo Isaac Albéniz).
A partir de los últimos decenios del siglo xix, se consolida la pasión del público por las voces míticas con el legendario tenor Mario, Antonio Superchi, Francesco Tamagno, Marietta Alboni, Roberto Stagno, Julián Gayarre, Gemma Bellincioni, Hariclea Darclée, Rosina Storchio, Victor Maurel, Angelo Masini, Ramon Blanchart, Alessandro Bonci, Enrico Caruso y Titta Ruffo, entre muchos otros. En este periodo debutan en el Teatre algunos cantantes catalanes que adquirirán eco internacional, como Francesc Viñas, Josep Palet, Andreua Avel·lina Carrera, Carme Bonaplata, Josefina Huguet, Elvira de Hidalgo, Maria Barrientos, Graziella Pareto y Conxita Supervia.
La música sinfónica va adquiriendo protagonismo gracias a las temporadas de Cuaresma que llevarán al Teatre directores como Joan Goula, Antoni Nicolau, Richard Strauss, Pablo Sarasate, Edoardo Mascheroni, Arturo Toscanini, Joan Lamote de Grignon, Saint-Saëns, Franz Beidler o Gabriel Fauré, entre muchos otros.
El ballet toma importancia como espectáculo único de cada función. Algunas de las obras más apreciadas por el público son Messalina de Giuseppe Giaquinto, Rodope de Paolo Giorza y Coppélia de Léo Delibes.
Durante los primeros decenios del siglo xx se populariza la ópera rusa. En 1915 se estrenó Boris Godunov de Mussorgski, título que estará presente en prácticamente todas las temporadas. Txaikovski y Rimski-Kórsakov fueron también acogidos con éxito en el Teatre, en especial La leyenda de la ciudad invisible de Kítej (1926), una de las obras más populares del repertorio ruso.
La desproporción entre títulos habituales y ocasionales se acentúa, y la ópera italiana, con Verdi y Puccini al frente, continúa representando el grueso de la programación del Teatre. El mismo fenómeno pasa con el repertorio francés, con la priorización de autores como Bizet, Gounod, Massenet o Charpentier. Durante estos años también coge mucha fuerza la ópera alemana con Wagner, Mozart y Strauss. La ópera de autores del país se mantiene con una cierta continuidad: destacan los compositores Enric Morera (Tassarba, Empòrium, Bruniselda y Titaina), Jaume Pahissa (La morisca, La princesa Margarida y Gal·la Placídia) y Amadeu Vives (Maruxa, Balada de Carnaval, Doña Francisquita y Euda d’Uriach).
Durante el periodo de entreguerras se consagran en el Teatre una serie de cantantes por sus grandes voces y su complicidad con el público. Entre los más apreciados destacan Mercè Capsir, Maria Gay, Maria Espinalt, Hipólito Lázaro, Miguel Fleta, Beniamino Gigli, Aureliano Pertile, Riccardo Stracciari, Tito Schipa, Mattia Battistini, Giacomo Lauri-Volpi, John O’Sullivan, Lauritz Melchior, Fiodor Chaliapine y Pau Civil.
A partir de 1917, el ballet adquiere importancia en la programación del Teatre con la presencia de los Ballets Rusos de Serguei Diaghilev, que contaba con bailarines de fama internacional como Nijinski, los Ballets Vieneses, el Ballet de la Opéra de Paris, Los Ballets Rusos de Montecarlo y la famosa bailarina Anna Pávlova. El cuerpo de baile del Teatre adquiere autonomía con la presentación de coreografías propias.
Los conciertos de Cuaresma tuvieron un gran eco desde los años veinte. En mayo de 1923, la Orquesta Pau Casals inició su colaboración con el Liceu. Tanto esta orquesta como la del Teatre han sido dirigidas por maestros tan importantes como Igor Stravinski, Richard Strauss, Max von Schillings, Alexander von Zemlinsky, Manuel de Falla, Clemens Krauss, Ottorino Respighi, Alexandre Glazunov o el mismo Pau Casals.
Durante los años de la Generalitat republicana, la programación artística apuesta por favorecer la presencia de autores catalanes con algunas reposiciones, como Gal·la Placídia de Pahissa, o estrenos como Neró i Acté de Joan Manén, María del Carmen de Enric Granados, El estudiante de Salamanca de Joan Gaig o Lo monjo negre de Joaquim Cassadó. El giravolt de maig de Eduard Toldrà, con texto de Josep Carner, programada en 1938, será una de las pocas óperas catalanas de este periodo que ha sobrevivido en repertorio.
Del final de la guerra a la creación del Consorcio (1939-1981)
En la década de 1940 la estructura de los espectáculos queda fijada en una temporada de invierno con ópera, una de primavera con ballet y una de Cuaresma. Esta última perdura hasta la temporada 1953/54.
El Teatre continuaba funcionando con un repertorio conocido y apreciado por el público, centrado más en la calidad de las voces que en la escenografía, el coro o la orquesta. Los títulos más programados de esta temporada siguen siendo los italianos: Il barbiere di Siviglia, Aida, Rigoletto, La traviata, La bohème o Madama Butterfly; el repertorio francés queda reducido a Carmen, Faust, Manon, Samson y Werther. En el mundo germánico continúa la primacía absoluta de los títulos wagnerianos, equiparables en programación a los italianos más populares: Tristan und Isolde, Die Walküre (La valquíria) y Lohengrin. Mozart se incorpora plenamente al repertorio, especialmente Le nozze di Figaro, seguida de Don Giovanni, Così fan tutte, Entführung aus dem Serail (El rapto en el serrallo) y Die Zauberflöte (La flauta mágica); Strauss se reduce a tres grandes títulos: Rosenkavalier (El caballero de la rosa), Salome y Elektra. Entre 1939 y 1944, la compañía más habitual fue la Ópera de Frankfurt. Un hecho singular en la historia artística del Liceu fue la visita del Festival Bayreuth la primavera de 1955, que se materializó en los Festivales Wagner con las innovadoras propuestas escénicas de Wieland Wagner.
De este periodo destacan los estrenos de óperas italianas contemporáneas que representan una evolución de las corrientes anteriores románticas y veristas. Sobresalen autores como Salvatore Allegra, Licinio Recife, Vieri Tosatti, Jacopo Napoli, Ildebrando Pizzetti, Renzo Rossellini, Gianfranco Menotti, Luciano Chailly y Raffaello de Banfield.
La tradicional pasión liceísta por las grandes voces se encuentra en estos años en una situación especialmente propicia, puesto que pasan por escena las figuras más importantes de la lírica internacional. Entre el público y estos artistas se produce una relación de agradecimiento y devoción que estimula la mitificación de los artistas y garantiza la continuidad del Teatre.
Tres sopranos destacan por su vinculación personal con el Teatre: Victoria de los Ángeles, que fascinó al público con su estilo puro y elegante desde su debut en el rol de La condesa en Le nozze di Figaro; Renata Tebaldi, soprano ya consagrada en el momento de su debut en el Teatre, fascinó al público hasta convertirse en un ídolo del coliseo y de la ciudad. Sin duda la artista más plenamente identificada con el Liceu es Montserrat Caballé, tanto por su calidad altísima como por su presencia en la programación durante más de 30 años.
Otras voces femeninas queridas por el público son las de Maria Caniglia, Giulietta Simionato, Ebe Stignani, Fedora Barbieri, Kirsten Flagstad, Elisabeth Schwarzkopf, Gertrude Grob-Prandl, Astrid Várnay, Lisa della Casa, Birgit Nilsson, Maria Callas, Virginia Zeani, Fiorenza Cossotto, Magda Olivero, Grace Bumbry, Joan Sutherland, Renata Scotto, Leyla Gencer, Mirella Freni, Marilyn Horne, Ángeles Gulín, Ghena Dimitrova, Elena Obraztsova, Leonie Rysanek o Edita Gruberová, entre otras.
Dos tenores catalanes han emocionado de una manera muy especial a los espectadores: Jaume Aragall y Josep Carreras. Otras voces masculinas muy valoradas son las de Mario Del Monaco, Giuseppe Di Stefano, Wolfgang Windgassen, Mario Filippeschi, Carlo Bergonzi, Franco Corelli, Alfredo Kraus, Richard Tucker, Plácido Domingo, Eduard Giménez, Dalmau González, Pedro Lavirgen, Luciano Pavarotti, Hans Hotter, Manuel Ausensi, Ettore Bastianini, Piero Cappuccilli, Cornell MacNeil, Vicenç Sardinero, Joan Pons, Carlos Álvarez, Sherrill Milnes, Boris Christoff, Cesare Siepi, Bonaldo Giaiotti y Nicola Ghiaurov.
Entre 1939 y 1981 dirigen en el Teatre personalidades de gran fama internacional como Napoleone Annovazzi (director musical del Teatre de 1947 a 1952), Eugene Ormandy con la Orquesta Sinfónica de Filadelfia (1955), Georg Szell con la Orquesta de Cleveland (1957), William Steinberg con la Orquesta de Pittsburg (1964), Karl Böhm con la Orquesta Filarmónica de Viena (1965), Herbert von Karajan con la Orquesta Filarmónica de Berlín (1972), Georg Solti con la Orquesta de París y Lorin Maazel con la New Philarmonia Orchestra de Londres (1974).
En relación con la danza, pasan por el Teatre compañías como la del Marqués de Cuevas, los Ballets de Montecarlo, el Ballet de L’Opéra de Paris, el New York City Ballet, la Compañía Igor Moisseiev, el Ballet de Teatre Kirov de Leningrado, compañías de Sofía, Belgrado, Praga, Brno, el Ballet du Rhin, la Ópera de Estrasburgo, el London Festival Ballet y el Ballet del Théâtre Français de Nancy. También se consolida el Ballet Estable del Gran Teatre del Liceu bajo la dirección de Joan Magriñà, cargo que posteriormente asumió Assumpta Aguadé.
El Consorcio y el Liceu en exilio (1981-1999)
Durante los años de gestión del Consorcio, el repertorio operístico básico se mantiene sin demasiadas novedades y se incrementan los estrenos. Algunas de las obras más representadas son Aida, Rigoletto, Il trovatore y La traviata de Verdi; Lohengrin, Die Walküre (La valquíria), Tristan und Isolde, Tannhäuser y Parsifal de Wagner; Lucia di Lammermoor, L’elisir d’amore y La favorita de Donizetti; Tosca, La bohème, Turandot y Madama Butterfly de Puccini; Norma de Bellini; Il barbiere di Siviglia de Rossini; y Salome y Elektra de Richard Strauss.
Durante esta etapa el Teatre se abre a nuevas corrientes y tendencias estéticas de la dramaturgia contemporánea con la participación de directores de escena como Josep Montanyès (Cançó d’amor i de guerra y Una cosa rara), Lluís Pasqual (Falstaff y Samson et Dalila), Ricard Salvat (Èdip i Jocasta y Tannhäuser), Mario Gas (Un ballo in maschera, Il matrimonio segreto, Jenůfa y L’elisir d’amore), Núria Espert (Elektra, Carmen y Turandot), Joan Lluís Bozzo (Rigoletto), Joan Font de Comediants (La flauta mágica), José Luis Alonso (Armide y Doña Francisquita), Emilio Sagi (Mefistofele e Idomeneo) o José Carlos Plaza (The Duenna), entre otros.
El Consorcio favoreció la incorporación de algunos de los grandes nombres internacionales de la dirección de escena, que han dirigido espectáculos innovadores, no siempre exentos de polémica, como son Piero Faggioni, Otto Schenk, Giancarlo del Monaco, Jonathan Miller, Jean-Pierre Ponnelle, Gilbert Deflo, Hans Hollmann, Graham Vick, Michael Hampe, Götz Friedrich, Steffen Piontek, Harry Kupfer o Willy Decker, entre muchos más.
Al margen de la presencia de las voces consagradas del periodo anterior, cabe destacar los debuts de Simon Estes, Catherine Malfitano, Éva Marton, Marilyn Horne, Dolora Zajick, Aprile Millo, June Anderson, Anna Tomowa-Sintow, Chris Merritt, José van Dam, Cecilia Bartoli, Josep Bros, Deborah Voight, Paata Burchuladze y María Bayo.
A pesar del incendio del 31 de enero de 1994, el Consorcio decide no frenar la programación artística, que se trasladará a otros equipamientos de la ciudad. Durante estos años destacan obras como The Lighthouse de Davis (1996), The Turn of the Screw de Britten (1996) y Le pauvre matelot de Milhaud (1997) o Alcina de Händel; y se representan otras como Turandot, en el Palau Sant Jordi (1994); Tristan und Isolde (1996) y Macbeth (1997), en el Palau de la Música Catalana; o Madama Butterfly (1995), Norma (1995) y L’elisir d’amore (1998), en el Teatre Victòria, entre muchas otras.
El Liceu del siglo XXI
El 7 de octubre de 1999 se inaugura el tercer Teatre con Turandot bajo la dirección de escena de Núria Espert. Durante estos últimos años han sido muchas las noches de éxito en el Teatre, y como ejemplo tenemos Macbeth con Riccardo Muti y Aida, que recupera la histórica escenografía de Josep Mestres Cabanes (2001); Enrique VIII con Montserrat Caballé (2002); La Gioconda con la dirección de escena de Pier Luigi Pizzi (2005 y 2019); Der Ring des Nibelunge (El anillo del Nibelungo) bajo la dirección de escena de Harry Kupfer (2003-2004); y los estrenos de Boulevard Solitude (2007), La cabeza del Bautista (2009), Le Grand Macabre (2011), el Festival Bayreuth (2012), La leyenda de la ciudad invisible de Kítej (2014), Benvenuto Cellini con dirección de Terry Gilliam (2015), Elektra de Patrice Chéreau y Simon Boccanegra con Plácido Domingo (2016), Tristan und Isolde con Iréne Theorin (2017), Andrea Chénier con Kaufmann y Radvanovsky (2018), o el estreno mundial de L’enigma di Lea (2019).
Respecto a la danza, durante estos últimos años han pasado por el Teatre algunas de las más importantes compañías a nivel internacional: Alvin Ailey, el American Dance Theater, la Martha Graham Dance Company, el Béjart Ballet Lausanne, el Nederlands Dans Theater, el Ballet de Zuric, el Das Hamburger Ballet, el English National Ballet, el Ballet de l’Opéra National de Paris, la Compañía Antonio Gades, Pina Bausch o el Semperoper Ballett, entre muchas otras.
También toma empuje la programación infantil, que se concretará con la creación de El Petit Liceu. La actividad en el escenario principal convive con otros espectáculos desarrollados principalmente en el Foyer del Teatre con las sesiones Golfas y las monográficas al entorno de la ópera programada en aquel momento; en esta misma línea nacerían, años más tarde, el Off Liceu y El estallido de la Música de Cámara.
Durante estos años han pasado por el Teatre grandes voces, como las de Angela Denoke, Joyce DiDonato, Diana Damrau, Iréne Theorin, Sondra Radvanovsky, Jonas Kaufmann, Christian Gerhaher, Juan Diego Flórez, Javier Camarena o Piotr Beczala, entre muchas otras.