'La traviata' es hoy tan conocida […] que nos resulta difícil estar a suficiente distancia de la obra como para apreciarla como si fuera nueva. Es una ópera en la que se perciben todas las mejores cualidades de Verdi: su maestría técnica, su claridad, su humanidad, su perspicacia psicológica, su gusto infalible. Fue aquel gran transformista, Proust, quien dijo que Verdi, en 'La traviata', había elevado 'La dame aux camélias' hasta el reino del arte.» Charles Osborne, 'The complete operas of Verdi. A critical guide'
Acto I. Violetta, Alfredo, coro
“Libiamo ne’lieti calici”
Violetta Valéry, una de las cortesanas más demandadas de París, ofrece una fiesta en su casa a la que acuden varios de sus clientes y algunas amigas de la profesión. Allí conoce al joven Alfredo Germont, que siente atracción por ella. Violetta ofrece a sus invitados un brindis con el que celebrar las alegrías de la vida. Este pasaje justo al inicio, con un papel principal de la soprano y el tenor con el apoyo del coro, es uno de los más celebrados de La traviata, una demostración del poder melódico de la ópera y del tono del primer acto, en el que triunfa la alegría, pero con la amenaza de un destino oscuro.
Acto II. Violetta
“È strano… è strano!”
Después de que Alfredo le haya confesado su amor, Violetta le ofrece una flor y le pide que vuelva al día siguiente. En la última escena del primer acto, ella se debate entre dos impulsos: mantener su vida disoluta y despreocupada, donde no faltan ni el dinero ni los placeres, o lanzarse a la aventura del enamoramiento, que aún no ha conocido. Esta sucesión de recitativo, aria y cabaletta no sólo es la más conocida de La traviata –con Sempre libera como eje central–, sino también el momento decisivo para la soprano, no sólo por su dificultad técnica, sino por el retrato psicológico que debe hacer de Violetta.
Acte III. Violetta
“Addio, del passato”
Violetta lo ha perdido todo: el amor, el dinero y la salud. En el tercer acto languidece en su apartamento de París, sin muebles y pasando frío, sólo acompañada de una criada. Su tuberculosis se ha agravado, y siente que la muerte está cerca. Antes de que Alfredo regrese para pedirle perdón por su desprecio, Violetta recuerda los momentos felices de su vida en un aria triste, en la que se despide de un pasado esplendoroso que ya no volverá. Este pasaje es uno de los más emotivos y complicados de la ópera: la soprano debe transmitir un dolor desesperado, con una voz dramática muy alejada de la del primer acto.
En escena
Seguramente, el papel de Violetta es el más atractivo de toda la historia de la ópera para cualquier soprano. Todas las cantantes que tengan un registro adecuado para este rol –es decir, una extensión de la tesitura amplia tanto en la zona aguda como en la grave, así como unas ciertas capacidades de interpretación dramática– quieren atreverse en algún momento de su carrera como esta cumbre del canto lírico. Sin embargo, este atractivo de Violetta esconde un peligro: no se puede llegar a este papel caprichosamente, no es para cualquiera, su dificultad es endiablada, y aunque no es imposible salir del paso con unas mínimas condiciones, lo realmente difícil es brillar de principio a fin.
Ya es un tópico asociado a La traviata decir que la interpretación perfecta necesita, no de una, sino de tres cantantes en la cima de su carrera, una para cada acto: la primera sería excelente en el registro ligero con buena coloratura y gran capacidad para dar las notas más agudas; la segunda sería lírica, ideal para transmitir el choque de emociones del segundo acto; y la tercera, en definitiva, debería ser dramática, para que el tercer acto culmine en la desesperada lucha de Violetta contra la muerte. En las próximas funciones del Liceu sólo tendremos dos sopranos en el papel protagonista, pero son tan completas que podrán realizar la gesta, no siempre fácil, de dominar el papel desde el principio hasta el final.
La primera es una conocida ya del público de Barcelona, y que comienza con La traviata una generosa participación en el segundo tramo de esta temporada, ya que la veremos en más producciones: Nadine Sierra, la joven soprano norteamericana, se ha convertido en una de las estrellas más reclamadas del circuito internacional, y lleva interpretando a Violetta desde hace tres años. Está, por tanto, en un momento ideal en el que coinciden la frescura de la voz y su madurez como intérprete. La segunda soprano será la zaragozana Ruth Iniesta, una de las grandes cantantes españolas de los últimos años, cuya fortaleza está también en su agilidad vocal y su excelente formación dramática. El principal requisito para una Traviata impecable es que la protagonista brille, y con Sierra e Iniesta estaremos en buenas manos.
No menos importante es el papel de Alfredo Germont, que aunque no cuenta con los mismos números de lucimiento que Violetta, conduce con la misma intensidad la carga dramática de la ópera. En las funciones del Liceu este rol lo asumirán los tenores Javier Camarena –que poco a poco se aleja del repertorio ligero y va profundizando en papeles más densos– y Xabier Anduaga, cada vez más afianzado en la élite internacional de las voces masculinas agudas. El rol de Giorgio Germont, para barítono, se lo repartirán Artur Ruciński, Mattia Olivieri y Lucas Meachem, y completarán el elenco, en sus papeles menores, Gemma Coma-Alabert (Flora Bervoix), Patricia Calvache (Annina), Albert Casals (Gastone), Josep Ramon-Olivé (Barón Douphol), Pau Armengol (Marqués D’Obigny) y Gerard Farreres (Doctor Grenvil). Dirigirá desde el foso una vez más el maestro Giacomo Sagripanti, uno de los grandes especialistas verdianos.