Al fin y al cabo, en eso consiste la ópera: en conseguir que no haya un solo día en el que no nos emocionemos.
Si el teatro había abordado los grandes conflictos del alma humana con la excelencia de la palabra escrita, ¿por qué hacerlo también con el canto? ¿Acaso sentimos y razonamos con melodías? Pero el doctor Johnson era un hombre de la Ilustración, y la ópera tiene su sentido pleno en el marco, no de la razón pura, sino de las emociones desbordadas. Escuchar ópera, ir al teatro, es ejercitar los sentimientos, y aunque la ópera es un vehículo estupendo para las ideas, lo es aún más para exponernos a los demonios del alma. Las obsesiones serán el motor de esta temporada, porque son el combustible que alimenta el fuego de este arte irracional, pero sublime. i nos apasionan las óperas, no es tanto por su mensaje, sino por sus pasiones. Don Giovanni, un hito absoluto del Siglo de las Luces, se entiende mejor en clave psicoanalítica: la obsesión del libertino es dominar en el amor, la depredación de la mujer, el sexo como un impulso incontrolable. Nos fascina porque nos ayuda a explorar nuestro lado oscuro, la profundidad abisal del alma turbia, que es también uno de los temas que dominan en la segunda colaboración entre el compositor George Benjamin y el dramaturgo Martin Crimp en Lessons in Love and Violence, una ópera de nueva creación —estrenada en 2018— que sigue los pasos de su anterior éxito, Written on Skin: inspirada en fuentes medievales, esta obra envenenada aborda la obsesión por el poder y el sexo —que son dos caras de la misma moneda— en el ejercicio del gobierno, una mezcla delicada que suele terminar en tragedia.
Si buscamos un contrapeso a tanta maldad, busquémosla en la inmortal La traviata, que siempre nos reconcilia con un ideal aparentemente inalcanzable: el del amor absoluto que nos redima de una vida errática, que nos salve para la eternidad. En la popular obra de Verdi, Alfredo cree en ese amor puro, incombustible y fiel, y su obsesión logra cambiar a Violetta, la dama descarriada que, gracias a esa fe en el afecto, encuentra su redención, aunque sea en el último momento. Varias décadas después, Puccini recogería parte de la misma idea en La bohème: la obsesión de Rodolfo es encontrar a su musa creativa, muere por enamorarse, porque la soledad no le sirve al artista, y la encuentra en Mimì; los dos personajes se necesitan, la compañía les hace bien, pero la lejanía los destroza. Es la obsesión de la cercanía, del calor humano, la que hace avanzar el drama.
Esta será, por tanto, una temporada rica en obsesiones y variada en su poder transformador. Hay pasiones destructivas, como la venganza: es la que consume a Jago, el falso amigo de Otello, en el drama de Verdi, cuando roído por el rencor maquina para que el moro de Venecia cometa el crimen que le lleve a la perdición. Tannhäuser, el héroe wagneriano, en cambio, busca la redención: atrapado en un mundo espiritual que no es el suyo ni le colma, es rechazado también en el mundo real; su obsesión es obtener el perdón, poder recuperar su humanidad, su alma, su esencia. La libertad es también la obsesión de Lucia di Lammermoor: atrapada en un matrimonio que no quiere, alejada del hombre que ama, enclaustrada por una familia insensible, su vía de escape es la locura y el asesinato; paga cara su libertad, pero mejor le parece la muerte real que la muerte en vida.
Finalmente, en Les contes d’Hoffmann, la obsesión del protagonista es también la libertad, en este caso la creativa: el poeta que rememora sus antiguos amores lo que busca, en realidad, no es evocar un pasado mejor, sino recuperar una antigua inspiración que se ha ido marchitando con el tiempo. Borracho de poesía, necesita que no mueran sus recuerdos para poder generar nuevas emociones. Porque, al fin y al cabo, en eso consiste la ópera: en conseguir que no haya un solo día en el que no nos emocionemos.