Turandot es una princesa terrible que ejecuta a los pretendientes que no sepan responder a tres enigmas de máxima dificultad. Pero un príncipe temerario, Calaf, resuelve el problema y conquista el corazón de la mujer de hielo. Una historia fantástica, sangrienta y mágica ambientada en la antigua China que Puccini dejó sin completar en 1924, pero que ha pasado a la historia como una de las mejores óperas del repertorio universal.
Puccini llegó a la historia de Turandot en 1920 gracias a una conversación que mantuvo con Giuseppe Adami, quien se había convertido en uno de sus libretistas de confianza, y un amigo de éste, Renato Simoni, también escritor. Simoni había citado la existencia de una pieza teatral del siglo XVIII escrita por Carlo Gozzi –uno de los más destacados dramaturgos de la commedia dell’arte– y que trataba sobre una princesa china vengativa en una antigüedad mágica. Puccini sentía una especial inclinación por los dramas exóticos, en la línea de La fanciulla del West o Madama Butterfly, y esta Turandot, sangrienta y cruel, le acabó atrayendo de manera poderosa. Inmediatamente pidió a Adami y Simoni que escribieran un libreto, y el trabajo avanzó rápidamente: Puccini tenía fama de ser lento componiendo, pues era un perfeccionista que no dejaba de pedir cambios a sus colaboradores, pero Turandot adoptó su forma conocida muy pronto. Una forma muy personal, pues la historia de la ópera se aleja mucho de las fuentes originales: Turandot es, en origen, una historia persa del siglo IX que más tarde pasó a la literatura árabe a través de Las mil y una noches, y más tarde a Francia e Italia en el siglo XVIII. El dramaturgo alemán Friedrich Schiller también había escrito un drama algunas décadas después, inspirado –era una traducción parcial– en el de Gozzi, que a la vez fue la base para algunas óperas románticas. Sin embargo, Turandot nunca llegó a ser un icono hasta que Puccini decidió abordar por fin su versión.
El núcleo de la historia es sencillo: Turandot es una princesa de carácter frío que rechaza el amor, y sólo aceptará como esposo al noble que acierte correctamente tres enigmas de difícil resolución; quien los falle, morirá decapitado. En el comienzo de la ópera el pueblo de Pekín asiste horrorizado a la ejecución del príncipe de Persia, y en esa multitud aparecen tres personajes importantes: un anciano acompañado de una muchacha, y un hombre joven. Cuando el anciano tropieza, el hombre le ayuda y reconoce a su padre: es Timur, el rey depuesto de los tártaros, y ella es una esclava fiel llamada Liù. Liù está enamorada del joven príncipe misterioso, pero él se ha quedado prendado de Turandot: en un arrebato de pasión, y contra todos los consejos que le avisan del peligro que corre, decide hacer sonar un gong y pedir su oportunidad para responder a los enigmas. Más adelante, en el interior del palacio del emperador Altoum, conocemos los motivos de su hija Turandot para ser tan cruel: es una venganza por la violación de una antigua antepasada. Pero eso no acobarda al príncipe, que se somete a la prueba y acierta los tres enigmas. Horrorizada, Turandot debe cumplir su promesa y casarse con ese hombre al que detesta.
Pero el príncipe, en un gesto aún más temerario, le da una oportunidad a Turandot para ganar: si descubre su nombre antes del amanecer, él ofrecerá su cabeza. Durante la noche, todos en Pekín buscan una solución al misterio, un secreto que sólo conoce la esclava Liù. El pueblo la captura y le fuerza a revelar el secreto, pero ella se resiste: en un último acto heroico, le roba la espada a un soldado y se da muerte sin traicionar a su príncipe, que sin embargo sigue caminando por el camino más peligroso: antes del amanecer revela su nombre, Calaf, y está dispuesto a morir, pero no sin antes besar a Turandot. Ese beso despierta en la princesa una emoción desconocida: el amor ha triunfado, y vivirán juntos.
Este final, sin embargo, es precipitado y poco creíble. ¿Por qué Turandot cede con tanta facilidad? Realmente, Puccini pudo trabajar hasta la muerte de Liù; más allá de ahí, la ópera aún estaba por escribir y componer, una tarea que no pudo completar pues murió súbitamente a finales de 1924, tras el avance imparable de un cáncer de garganta. Sin embargo, lo que dejó Puccini fue suficiente para firmar la última gran ópera del repertorio lírico italiano, una pieza monumental completada por Franco Alfano que tiene rasgos de gran ópera francesa, comedia grotesca, drama romántico e historia fantástica. Más que el triunfo del amor, lo que revela Turandot es el último gran triunfo de la melodía, el arte mágico en el que brilló el genio de Puccini.