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La estremecedora obra inconclusa de Mozart

Encargada en 1791 por el conde Von Walsegg para honrar la memoria de su difunta esposa y dejada incompleta por Mozart tras su muerte a finales de ese mismo año, la Misa de Réquiem es una de las composiciones más solemnes, emotivas y misteriosas de la música universal.

A mediados de 1791, Mozart recibió un encargo inusual: componer una misa de difuntos para un cliente que no quiso ir a verlo de cara descubierta y estaba dispuesto a pagar un buen precio por el trabajo, un total de sesenta ducados de la época. Esta circunstancia misteriosa es la que ha dado lugar a muchas leyendas sobre el Réquiem: como Mozart no tuvo tiempo de terminar la obra —murió el 5 de diciembre de ese año— y durante mucho tiempo no se conocieron bien las circunstancias del encargo, se llegó a especular, de manera bastante fantasiosa, que la misa formaba parte de un macabro plan para asesinar a Mozart y que esa música sonara en su funeral. Pero la realidad es otra: el cliente que contrató a Mozart fue un conde austriaco llamado Franz von Walsegg, que se quedó viudo a principios de 1791 y quería tener una misa de difuntos para honrar la memoria de su esposa. Von Walsegg también era un músico aficionado que invitaba a sus amigos a su castillo para escuchar conciertos privados de música que previamente encargaba a compositores profesionales y hacía pasar como suya en tono de broma. Por eso no se presentó directamente ante Mozart, añadiendo este misterio que ha contribuido a distorsionar la realidad de la obra.

Requiem de Mozart – mise en scène Romeo Castellucci – Festival d’Aix-en-Provence 2019 © Pascal Victor
Requiem de Mozart – mise en scène Romeo Castellucci – Festival d’Aix-en-Provence 2019 © Pascal Victor

Pero el caso es que Mozart sí que se tomó muy en serio el encargo, aunque tuvo que esperar hasta septiembre de 1791 para comenzar a componer la misa —antes tuvo que terminar dos óperas, La clemenza di Tito y La flauta mágica— y avanzar en su desarrollo. Para Mozart, ese encargo era importante, no solo porque estaba muy bien remunerado, sino porque en los diez años que había pasado en Viena no había compuesto música religiosa, una de sus principales actividades cuando vivía en Salzburgo. Era, por lo tanto, una posibilidad inesperada para demostrar su talento como compositor de misas. Pero, como es sabido, la muerte le llegó de forma repentina y, aunque el Réquiem estaba muy avanzado, los manuscritos que su esposa, Constanze, encontró estaban lejos de ser una obra completa. En otras circunstancias, el Réquiem se habría quedado como un borrador incompleto, pero para Constanze Mozart era importante que aquella obra tuviera una forma final: se había quedado viuda, sin fuentes de ingresos, y necesitaba cobrar el dinero de Von Walsegg. Como se supo tiempo después, gracias a rigurosos estudios musicológicos, el Réquiem que escuchamos hoy es en gran parte obra de Mozart —que definió la composición hasta el segundo segmento (Hostias) de la cuarta parte (Offertorium)—, pero con orquestación añadida por sus alumnos Joseph Leopold Eybler y Franz Xaver Süssmayr. Este último fue quien compuso las cuatro partes finales de la obra: Sanctus, Benedictus, Agnus Dei y Communio.

Requiem de Mozart – mise en scène Romeo Castellucci – Festival d’Aix-en-Provence 2019 © Pascal Victor
Requiem de Mozart – mise en scène Romeo Castellucci – Festival d’Aix-en-Provence 2019 © Pascal Victor

A pesar de su autoría final compartida, el Réquiem es una obra de una magnitud musical y emocional sin parangón: no solo es una de las piezas más conocidas del amplio repertorio de Mozart, sino probablemente la obra religiosa más difundida de la música occidental. Su potencia emocional es tan intensa que incluso trasciende su función inicial, que es la de acompañar la misa de despedida de un difunto y que, según el texto litúrgico en latín, explica el tránsito del alma desde que abandona el cuerpo hasta que se somete al juicio de Dios y es recibida en el paraíso, habiendo pasado previamente por los castigos del infierno y el purgatorio. El Réquiem, por tanto, es una oración: reclama piedad a Dios por los vivos y los muertos, para que al final de los tiempos todos puedan recibir la luz perpetua de su majestad. Pero, durante los dos largos siglos que separan su composición y su recepción actual, el Réquiem ha llegado a todas las culturas y, al convertirse en una de las composiciones más conocidas y cantadas de Mozart, ha acabado consolidándose como una obra maestra espiritual, que misteriosamente nos transmite los secretos más profundos de la existencia humana.