La producción de Jean-Claude Auvray se ha convertido, en la última década, en una de las principales propuestas escénicas internacionales para La forza del destino. Su principal virtud reside en una escenografía austera y simbólica que refuerza los temas centrales de la ópera —la obsesión con la muerte, la fatalidad inevitable— y que, al mismo tiempo, concede espacio a los cantantes para que puedan dar lo mejor de sus voces y brillar en los pasajes más exaltados de la partitura, una de las más hermosas de Verdi.
Acto I
Obertura
La obertura no apareció en la primera versión de 1862. Verdi la escribió para la revisión de 1869, cuando presentó la ópera en Milán, y se ha convertido desde entonces en una aportación esencial que eleva notablemente su impacto. No sólo es uno de los pasajes instrumentales más largos de Verdi, sino también de los más complejos: comienza con tres notas siniestras –la llamada inevitable del destino– y reúne en más de siete minutos todos los motivos melódicos centrales de la historia. En la propuesta escénica de Auvray, por cierto, no suena al principio de la ópera, sino entre los actos I y II.
Acto III, cuadro II: Don Álvaro, Don Carlo
«Solenne in quest’ora»
Don Álvaro ha sido herido en la guerra y siente que su final está cerca. Por un lado, siente alivio, ya que su destino, lo que más desea, la muerte, a la que no quiere llegar sin haber preservado antes su secreto más profundo. En un dueto lírico de alto voltaje, Álvaro le pide a Don Carlo que destruya unos documentos que guarda en una bolsa. Los dos hombres, que desconocen en ese momento que son enemigos, se unen en un canto tan frágil como dramático, y que resume el sentimiento de lealtad que debemos a las personas queridas en los momentos más graves de la vida.
Acto IV, cuadro II. Leonora
«Pace, pace, mio Dio!»
Ajena a la llegada de Don Álvaro y Don Carlo al convento en el que vive recluida desde hace años, Leonora espera con paciencia la llegada de su destino inevitable: sólo la muerte pondrá fin a su dolor, y en un aria de un lirismo transparente, pide a Dios que acelere la llegada de su hora fatal. Se trata de la pieza individual más perfecta de la ópera, casi al final del drama, y que contrasta fuertemente con la violencia de su resolución: efectivamente, Leonora encontrará la muerte, pero de la manera más cruel, apuñalada por su propio hermano justo cuando ella acude a socorrerlo.