En 1860, la corte rusa encargó a Verdi una nueva ópera. Tras varios meses de retrasos, éste finalmente se decidió por el tema de Don Álvaro, héroe trágico del romanticismo español condenado a no encontrar jamás ni la paz ni el amor. Verdi compuso una de sus óperas más completas –mezcla de drama y comedia, con números líricos de gran belleza y un efecto grandioso, en el que teatro y música funcionan al mismo nivel–, y la mejoró en la versión definitiva, revisada para el estreno en Milán en 1869.
Entre los estrenos de Un ballo in maschera (principios de 1859) y La forza del destino (finales de 1862) pasaron casi cuatro años, y eso en la trayectoria de Verdi fue una agradable novedad: hasta llegar a ese momento había compuesto 22 óperas y no había tenido prácticamente ningún momento de descanso.
Verdi se refirió a ese periodo de su carrera como los ‘años de galera’ (es decir, de trabajos forzados), en los que tuvo que escribir y estrenar una ópera prácticamente cada temporada. Pero llegó un momento en el que sus éxitos le comenzaron a proporcionar ingresos considerables y pudo, por fin, tomarse las cosas con calma.
Así, cuando a principios de 1860 le llegó una oferta desde la corte rusa para crear una nueva ópera para el teatro Mariinski de San Petersburgo, Verdi aceptó, pero teniendo por fin el control absoluto de la situación. De hecho, La forza del destino, tal como la conocemos hoy, fue el resultado más de la casualidad que de otra cosa: Verdi originalmente quiso escribir una ópera sobre Ruy Blas, un tema que no terminó de gustar a la corte de los zares –el protagonista de la pieza de Victor Hugo, de origen humilde, se convierte en el amante de una emperatriz, una crítica ácida a la sociedad estamental que aún dominaba en la Rusia de entonces–, y ante la reticencia inicial decidió abandonar el proyecto. Si no podía trabajar a gusto, prefería no hacerlo.
«Estrenada en 1862 y revisada en 1869, La forza del destino se ha convertido desde su estreno en una de las óperas más aclamadas de Verdi por su gran explosión emocional»
También se dieron varias circunstancias personales que alejaron a Verdi de la música: durante unos meses ejerció como diputado en el primer parlamento de la nueva Italia unificada, y también se casó. Pero regresó a la música, y decidió retomar el proyecto ruso, aunque cambiando de historia: finalmente, se decidió por Don Álvaro, o la fuerza del sino, el principal drama del romanticismo español, escrito por el Duque de Rivas en 1835.
A Verdi le entusiasmó la historia porque era un compendio de pasiones exaltadas –la sed de venganza, el amor constante pero imposible, la amistad traicionada, la vida sujeta a fuerzas incontrolables– que le recordaba a Il trovatore. Finalmente, tras encargar el libreto a Francesco Maria Piave, se puso manos a la obra y en muy poco tiempo tuvo terminada la música de un drama tan irracional como irresistible. La reacción inicial del público fue positiva: gustaron los duetos y las escenas de grupo, que añadían un punto humorístico y popular a lo que, en el fondo, era una historia de otro tiempo, pasada de moda.
La forza del destino trata sobre un rico indiano, Don Álvaro, que planea una fuga con una dama noble de Sevilla, Leonora, única hija del Marqués de Calatrava. Cuando están a punto de huir, el padre los sorprende y ordena arrestar a Don Álvaro: éste se entrega, pero con la mala suerte de que la pistola que tiene en la mano se dispara accidentalmente y mata al Marqués. A partir de ese momento, los dos amantes vivirán separados: Don Álvaro partirá a la guerra –buscando morir, la única salida para su dolor– y Leonora ingresará en un convento.
Mientras tanto, Don Carlo, el hijo del Marqués y hermano de Leonora, buscará a ambos para cumplir con el último deseo de su padre: vengarse. Tras años de búsqueda, finalmente encontrará a Álvaro en Italia y lo perseguirá hasta Sevilla. En su duelo final, Don Álvaro lo matará, pero Don Carlo aún tendrá tiempo de apuñalar a su hermana cuando ella acude a prestarle ayuda.
En la primera versión de la ópera, como en el drama del Duque de Rivas, Don Álvaro también muere al final. Pero en la revisión de 1869 Verdi introdujo dos cambios importantes: escribió una obertura magnífica y salvó la vida del protagonista al final, perdonado por Dios, pero condenado a vivir con otro destino, el de la soledad y la culpa. Dos cambios que mejoraron el resultado y que han hecho de este drama uno de los más queridos y maduros de Verdi.