La literatura está llena de historias de amor que acaban mal porque la estructura social de poder o los intereses familiares hacen que se vayan al traste: la de Romeo y Julieta es, seguramente, la más conocida, pero muy cerca de ella también encontraríamos la de Lucia di Lammermoor. Aquí, una vez más, encontramos a dos familias históricamente enfrentadas, que se odian a muerte, los Asthon y los Ravenswood, y dos jóvenes que se enamoran y no comprenden por qué ese amor no puede prosperar por culpa de unas rencillas que les son ajenas. La clave en la ópera está en el enloquecimiento de Lucia: alejada una y otra vez de Edgardo, obligada a casarse con un hombre al que no conoce y al que no quiere –el pobre Arturo Buklaw, que morirá asesinado en su noche de bodas–, esta es la historia de la desesperada lucha de una mujer por poder contraer matrimonio libremente y por amor, algo que no resultaba nada fácil en el siglo XIX, pero que poco a poco el ambiente individualista del romanticismo iba presentando a la sociedad como algo legítimo. Así, Lucia di Lammermoor es una crítica a esas convenciones que, hasta no hace tanto tiempo, priorizaban el matrimonio de conveniencia y le quitaban a la mujer cualquier espacio de libertad personal: en nuestra obra, la heroína muere –no podía ser de otra forma–, pero su muerte está tan rodeada de tristeza, de injusticia, que necesariamente ayudó a cambiar la percepción del asunto en su tiempo.
Donizetti compuso Lucia di Lammermoor en 1835, cuando estaba en su plenitud como artista y se había quedado solo como el compositor más popular de Europa en activo: Rossini se había retirado, su rival Bellini había fallecido, y Verdi aún no había conocido el éxito. Es una ópera de un equilibrio incuestionable que encarna todas las virtudes del lenguaje romántico de la primera mitad del siglo XIX: la típica división en escenas –con la estructura de aria más cabaletta–, nutridas con complejos y emocionantes números líricos, y un texto de alta calidad. A veces se le achaca a muchos libretos de ópera, y con razón, cierta pobreza literaria: no es el caso de Lucia di Lammermoor, donde la trama argumental se desarrolla de manera ejemplar, y que permite ricas observaciones desde la óptica actual que mantienen viva una historia de la que aún se pueden extraer lecciones interesantes.