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Un cuento de hadas que termina en tragedia: el culmen del Wagner romántico

Wagner descubrió la historia de Lohengrin en su biblioteca de Dresde, donde trabajaba como músico de la corte. Fascinado por su trasfondo medieval y mágico, decidió emprender esta tarea en 1845 y creó una de sus óperas más líricas y metafísicas: la historia romántica de una noble pura y un caballero sobrenatural que termina trágicamente por culpa de una pregunta indiscreta.

Hay varios aspectos que suelen ser recurrentes en la obra de Wagner: una ambientación medieval que generalmente sirve para alcanzar un plano mitológico, el tema del amor como una fuerza de la naturaleza —que tanto puede regenerar como destruir— y las tensiones que genera la ambición de poder. Pero en Lohengrin hay otro tema que también se manifiesta con fuerza: la pura fantasía. Se dice que esta ópera, la última del ciclo romántico de Wagner, es un cuento de hadas que termina mal —a diferencia de historias como Blancanieves o La bella durmiente—, pero en el que se reproducen todos los tópicos de los relatos mágicos. Aquí hay una joven bondadosa que sufre angustias, un caballero milagroso —un príncipe azul envuelto en un halo misterioso—, una bruja malvada y una densa atmósfera de irrealidad. Podríamos decir que lo fantástico es habitual en Wagner —el filtro de amor de Tristán e Isolda, el poder mágico del Grial en Parsifal, el Venusberg de Tannhäuser y toda la historia de El anillo del nibelungo son muestra del interés del compositor por lo sobrenatural—, pero en Lohengrin todo esto adopta una forma mucho más definida de fábula popular, de cuento que se lee a los niños antes de dormir.

«La obra no se presenta como una fábula medieval o un alegato nacionalista, sino como un drama psicológico en el que la duda o la ambición corrompen a los personajes.»

La historia está ambientada en el siglo X, en un momento en que las fronteras del Sacro Imperio Romano Germánico estaban amenazadas por las incursiones de los invasores húngaros. A orillas del río Escalda, en lo que hoy es Amberes, se reúnen las tropas del rey Heinrich, pero hay un vacío de poder en Brabante, uno de los ducados más importantes: el heredero, Gottfried, ha desaparecido, y el noble Friedrich von Telramund acusa a su hermana mayor, Elsa, de haberlo asesinado. Es una acusación falsa, ya que Telramund anhela tener el control del ducado, pero Elsa debe defender su inocencia. Cuando el rey decide que la disputa se resuelva con un duelo, Elsa convoca a un caballero a quien solo ha visto en sueños: por el río, de repente, llega una barca tirada por un cisne en la que aparece un hombre envuelto en luz. El guerrero acepta defender a Elsa con una condición: que nunca le pregunte ni su nombre ni su origen. Cuando el caballero vence a Telramund, Elsa es nombrada duquesa de Brabante y se casa con su paladín.

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Lohengrin (© A. Bofill)

Pero no puede haber un cuento de hadas sin una bruja malvada, y en este caso es Ortrud, la esposa de Telramund, una hechicera que busca recuperar el poder con una estrategia insidiosa: intentará convencer a Elsa de que haga la pregunta prohibida a su amante. Tras muchas intrigas y la interrupción de la boda, Elsa empieza a dudar en el tercer acto y decide preguntar a su misterioso esposo por su nombre: para poder amarlo plenamente, necesita saberlo todo sobre él. Al hacerlo, el hechizo se rompe: el caballero revela que es Lohengrin, hijo de Parsifal, un caballero del Grial enviado en misión para defender a los desfavorecidos, pero siempre bajo un anonimato absoluto. Ahora debe regresar a su lugar de origen, dejando a Elsa sola y destapando la intriga de Ortrud, quien había hecho desaparecer al niño Gottfried con su magia negra. Al final, Ortrud y Elsa mueren, pues en un mundo perfecto no hay espacio para la maldad ni la duda.

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Lohengrin (© A. Bofill)

Wagner descubrió la historia de Lohengrin en un escrito medieval del siglo XII que conservaba en su biblioteca de Dresde, donde era director musical de la corte desde 1842, una auténtica mina de referencias de la que también surgirían sus siguientes obras: Tristan und Isolde, el ciclo de Der Ring des Nibelungen (El anillo del nibelungo), Die Meistersinger von Nürnberg (Los maestros cantores de Núremberg) y Parsifal. Según su propio relato, fue en 1845, mientras tomaba un baño en el balneario de Marienbad, cuando tuvo la inspiración para escribir su ópera, la sexta que componía. La completó en dos años, pero no pudo estrenarla, ya que en 1849 tuvo que huir de Dresde por haber participado en la revuelta contra el poder absoluto de aquel año. Fue su amigo Franz Liszt quien finalmente la dirigió en su estreno en 1850, en la vecina Weimar, con un éxito que se trasladó a otras ciudades —Lohengrin es una ópera tan densa como lírica, la más melódica de todas las del compositor—, y que dio inicio al fenómeno del wagnerismo, o la obsesión colectiva por la fuerza revolucionaria de los dramas musicales del que sería el nuevo dios de la música europea.