
'Lohengrin', estrenada en 1850, se considera la ópera más lírica de Wagner, la que cierra su período romántico. Pero, al mismo tiempo, es también la obra con la que comenzó a sentar las bases del drama musical que desarrollaría en las décadas siguientes, con el uso constante de leitmotivs y la búsqueda de una melodía infinita. Ambientada en tiempos medievales, Lohengrin es una mezcla de ópera histórica y cuento de hadas con una faceta oscura y un episodio de magia sobrenatural.
El amor es uno de los temas centrales de la obra –y de la vida– de Richard Wagner, hasta el punto de que no solo recorre casi todas sus óperas, sino que, en la mayoría de los casos, actúa como tema central, articulando y elevando su discurso hasta las cotas emocionales e intelectuales más altas. Sin embargo, el amor en Wagner no debe entenderse en términos de romance –la emoción sentimental y edulcorada propia de la novela rosa o el melodrama–, sino desde la intensidad de la filosofía de su tiempo: un concepto absoluto que va más allá de lo humano y que rige las fuerzas y el orden de la naturaleza.
«Originalmente concebida para el año 2020 y pospuesta por la pandemia, el estreno mundial de esta producción llega finalmente a Barcelona con puro ADN Wagner.»
En Tannhäuser, una ópera anterior, el amor se presenta como una energía volcánica, con una ramificación sexual tan intensa que escandalizó –y exaltó– a los primeros espectadores, y en el ciclo de Der Ring des Nibelungen (El anillo del nibelungo), es la fuerza que restaura el orden en un mundo corrupto que solo puede regenerarse a través de su destrucción y renacimiento a partir del verdadero amor. ¿Y qué decir de Tristan und Isolde?, donde el amor va más allá de lo físico para convertirse en una potencia metafísica que trasciende el mundo material y solo se alcanza más allá de la muerte, entendida como un estado sublime superior a la vida y la realidad.
De la misma manera, el amor es la fuerza que rige el mundo en Lohengrin: cuando el amor existe, la vida prospera; cuando el amor se transforma en un concepto dudoso, relativo o despreciado, llegan la decadencia y el olvido.
La última producción de la última ópera romántica de Wagner, que ahora llega al Liceu, parte de esta idea: aquí, la actual directora del Festival de Bayreuth, Katharina Wagner –bisnieta del compositor e hija de Wolfgang Wagner, quien fue el histórico responsable del resurgimiento del festival alemán entre 1951 y 2008–, nos describe un mundo frío, casi inerte, que parece renacer con la llegada del caballero Lohengrin, el misterioso portador de todas las fuerzas del bien.
Lohengrin ofrece prosperidad a Elsa y al pueblo de Brabante a cambio de un precio aparentemente simbólico, pero en realidad muy elevado: que no le pregunten por su nombre ni por su origen. Esto, en la práctica, supondría aceptar el amor sin reservas como un acto de fe, algo que solo es posible si se cree en él de manera absoluta. Por ello, el concepto escénico de Katharina Wagner parte de la representación de un mundo que oscila entre la decrepitud y la prosperidad, y viceversa, en función de la fe de los personajes en el amor.
«Katharina Wagner presenta en esta producción un mundo decadente en el que el amor ha desaparecido, reflejado en la presencia constante de la muerte en el escenario.»
La directora nos muestra el ducado de Brabante como un lugar decadente: es invierno, la tierra está seca, los árboles han perdido sus hojas y, al fondo del escenario, solo hay símbolos de la muerte, como un cadalso o un cementerio. Solo cuando Lohengrin ejerce su autoridad en este lugar oscuro aparece la luz; al final, tras el error de Elsa y la marcha del caballero –un desenlace desesperado que Wagner se negó a cambiar–, la dureza del entorno se agrava. Sin amor, no hay nada.
Además de este fondo decadente, Katharina Wagner utiliza otro recurso en su producción que ayuda a acentuar la compleja psicología del drama: la colocación de tres espacios elevados donde se sitúan los cuatro personajes principales de la ópera –Elsa, Lohengrin y el matrimonio formado por Telramund y Ortrud–, que sirven para iluminar sus emociones: desde la desconfianza de Elsa hasta las malévolas intrigas de Ortrud o la ambición desmedida de Telramund.
Las escenas grupales, en las que el coro tiene una participación importante, se desarrollan a nivel del escenario, mientras que los diálogos y reflexiones individuales se trasladan a las plataformas superiores. De este modo, Katharina Wagner pretende dar más importancia a los enfoques psicológicos y alegóricos de la ópera, dejando en un segundo plano los aspectos históricos y políticos, como la difusión del pasado místico medieval o la construcción nacional alemana del siglo XIX.
Esta producción es un estreno mundial largamente pospuesto, que finalmente podrá llegar al escenario. Inicialmente, se había planeado para la temporada 2019-2020 del Liceu y, de hecho, llegaron a celebrarse los primeros ensayos con vistas a su estreno en marzo de 2020. Sin embargo, tras el decreto de confinamiento de aquel año, todas las funciones tuvieron que cancelarse.
En 2022, también estaba prevista su representación en la Ópera de Leipzig –la institución que, junto con el Liceu y el Festival de Bayreuth, ha financiado el proyecto–, dentro de un festival que presentaba todas las óperas de Wagner, pero aquel estreno también tuvo que posponerse por problemas logísticos.
Como este Lohengrin tampoco se ha llevado aún a Bayreuth, finalmente podremos ver en Barcelona, cinco años más tarde, la propuesta de Katharina Wagner, que no solo cuenta con el innegable sello familiar y la audacia que caracteriza el estilo del Festival de Bayreuth –desarrollado a partir de los años cincuenta por su tío, Wieland Wagner–, sino también con una mirada inteligente hacia la esencia filosófica más profunda de la ópera. Puro ADN wagneriano para una obra que se encuentra entre las más perfectas y apreciadas del repertorio alemán.