Lucia di Lammermoor es una ópera absolutamente romántica: se basa en una novela de Walter Scott, La novia de Lammermoor, que a su vez se inspiró en una oscura leyenda medieval que hablaba de una joven dama que enloquecía al ser encerrada en un pozo por su familia, tras rechazar el matrimonio de conveniencia que se le había impuesto. Este romanticismo suele traducirse en puestas en escena en las que abundan castillos en ruina, bosques iluminados por la luna llena, cementerios lúgubres, toda esa imaginería gótica. Pero para Barbara Wysocka, lo fundamental en la ópera de Donizetti no está en el ambiente y en la fragilidad del canto, sino en la insurrección de la protagonista: Lucia, que suele presentarse en escena como una joven que merece compasión, es para la directora de escena todo lo contrario: una rebelde contra un sistema injusto. Lejos de presentarla como una víctima de su entorno, esta producción le otorga el poder de transformar las cosas; sus acciones, que le conducen a la muerte, tienen significado porque son el golpe definitivo para derrumbar un orden familiar y social aberrante.
Wysocka ambienta su versión de Lucia di Lammermoor a finales de los años 50 del siglo XX, justo antes de que Kennedy llegara a presidente de Estados Unidos. Explica que ese fue el último momento en Occidente en el que una mujer podía estar supeditada a las prioridades familiares, donde aún se negociaban matrimonios de conveniencia. A partir de los años 60, con los movimientos contraculturales, la segunda ola feminista y la liberación sexual, la historia cambió, así que la producción presenta a Lucia como la última mujer que se rebeló contra el viejo orden familiar, y aunque perdió el pulso, ganó una oportunidad para que la siguiente generación se liberara. Así pues, el escenario se presenta como un mundo en ruinas, a punto de caer –es la mansión de los Ashton, casi derruida– en el que Edgardo y Lucia son víctimas de un entorno hostil que deciden no someterse a modo de gran gesto de amor incondicional. Edgardo se nos aparece como una especie de James Dean, un joven descastado, que conduce un coche descapotable y viste de cuero; Lucia decide seguir sus pasos, enloquece cuando todo conspira en su contra, y ambos mueren al final, tras un frustrado intento de escapada.
En la producción son constantes las referencias a películas como Rebelde sin causa y Bonnie & Clyde, porque recogen la estética de la época en la que se ambienta esta adaptación, y también porque son historias de amor fatal con mensaje: a veces, y aunque el precio se alto, luchar por la libertad es inevitable. Ante ese afán emancipador, Wysocka propone además una puesta en escena muy cuidada en la que se ha estudiado el libreto con detalle para que cada palabra vaya acompañada de gestos que profundicen en la dimensión psicológica de la historia. Esta lectura modernizadora le permite a la directora de escena envolver la trama de una atmósfera de revuelta, convertir a Lucia en una diva –una especie de Marilyn Monroe apocalíptica– y desarrollar un profundo trabajo teatral que se muestra respetuoso con el texto de la ópera, pero que a la vez amplia sus márgenes de significado, y que realza el desempeño vocal. Una estrecha unión de excelencia musical y actoral que han dado forma a una de las producciones europeas más celebradas de los últimos años.