Sobre la producción

Una acción teatral sobre la vida y la muerte

Romeo Castellucci ha escogido la Misa de Réquiem de Mozart como punto de partida para proponer una reflexión sobre la vida y la muerte, los dos extremos de un ciclo que generan las condiciones tanto para el milagro de la creación —de vida y genio— como para la catástrofe de la destrucción. El resultado es una acción teatral vanguardista que critica nuestra visión material del mundo y propone una exploración espiritual.

Hay un fragmento de la extensa correspondencia que escribió Mozart que puede situarse como el origen del proyecto Requiem ideado por Romeo Castellucci. «Puesto que la muerte es el verdadero objetivo de nuestra existencia», decía el compositor, «he conocido tan bien a este auténtico y mejor amigo de la humanidad en los últimos años que la imagen de la muerte ya no me da miedo».

La muerte, sin duda, es un asunto grave y, en la cultura europea, siempre ha estado más relacionada con el dolor por la pérdida de un ser querido que con la esperanza de un tránsito feliz a otro plano de existencia, por lo que las palabras de Mozart resultan sorprendentes. Se refiere a la muerte como el mejor amigo de la humanidad, y esta aproximación intelectual —que acepta y celebra la muerte como un tránsito hacia algo mejor o, al menos, diferente— es la que podría explicar, en gran medida, por qué su música religiosa siempre parece alegre y bañada de luz. Esta sensación también se aplica, en conjunto, al Réquiem, su última obra inacabada, concebida a finales del año 1791.

'Requiem' (© Festival d'Aix en Provence / Pascal Victor / ArtComPress)
Requiem de Mozart – mise en scène Romeo Castellucci – Festival d’Aix-en-Provence 2019 © Pascal Victor  

 

Una misa de réquiem es, por definición, una pieza concebida para acompañar un oficio fúnebre en una iglesia, y su lugar natural nunca debería ser un teatro: no hay argumento ni acción, no hay ninguna historia que pueda dar pie a una recreación escénica, al menos en un sentido literal. Sin embargo, el Réquiem de Mozart ha trascendido más allá de su función litúrgica y, desde principios del siglo XIX, gracias a su fulgurante popularidad, se consolidó como una pieza de repertorio en las salas de concierto.

Es normal que el Réquiem suene en misas, pero aún más en auditorios y espacios privados en forma de grabación, y para Romeo Castellucci es, sin duda, una obra que ha superado ampliamente sus propios límites ceremoniales. Por ello, cuando encontró la cita de Mozart, pensó que esta idea de la muerte como el mejor amigo podía dar lugar a una profunda reflexión sobre la naturaleza y el sentido de la vida.

«Castellucci propone una experiencia tanto estética como religiosa que combina diversas artes y cuya simbología no quiere vincularse a una única espiritualidad, sino a todas».

Es importante matizar que la obra que finalmente concibió Castellucci —por encargo de los festivales de Ais de Provenza en Francia y de Adelaida en Australia— no es una versión escenificada del Réquiem, sino una acción teatral que utiliza como música de acompañamiento diversas piezas religiosas y profanas de Mozart. Por ejemplo, suena «Ne pulvis et cinis», que es un fragmento de su ópera inacabada Thamos, rey de Egipto, o el principio de su Miserere, compuesto en 1770, cuando tenía 14 años, aunque la pieza principal, y la más cargada de simbología, es el Réquiem en su integridad.

La propuesta de Castellucci consiste en una reflexión sobre el sentido de la vida, entendida como una fase más de un ciclo permanente de nacimiento, destrucción y renacimiento, en un sentido espiritual muy amplio y no exclusivamente según la idea del cristianismo, que entiende la muerte como la liberación del alma, que deberá emprender un viaje al más allá a la espera de ser juzgada y, consecuentemente, condenada al infierno o salvada eternamente al paraíso. Para Castellucci, ni la vida ni la muerte son estados absolutos, sino fases de un ciclo que se renueva sin descanso, que crea las condiciones para su destrucción y su resurgimiento.

Requiem de Mozart – mise en scène Romeo Castellucci
Requiem de Mozart – mise en scène Romeo Castellucci – Festival d’Aix-en-Provence 2019 © Pascal Victor  

Castellucci se ha caracterizado, desde que comenzó su carrera internacional en la década de los ochenta, por alternar en el escenario tanto óperas como obras musicales o literarias sin dimensión teatral, como La Divina Comedia de Dante, la Pasión según San Mateo de Bach o la Octava Sinfonía de Mahler. A partir de las emociones de la música o del texto, el director de escena italiano compone imágenes y movimientos que transmiten una belleza plástica y que sirven de soporte para su reflexión intelectual.

En el caso de este Réquiem, la primera representación en escena es la de la muerte de una mujer mayor, que desaparece en su propia cama antes de que suene la primera pieza musical. ¿Qué ocurre después? Básicamente, que la vida vuelve a emerger: el fondo del escenario aparece al principio completamente negro, pero, a medida que el ciclo de la vida se desarrolla, se vuelve blanco. El coro y los cantantes solistas, convertidos en un conjunto coreográfico y actoral, traen a escena todo tipo de acciones: bailan, plantan un árbol, celebran la juventud, sufren una catástrofe. Porque tan pronto como surge la vida, también se acelera su ciclo de destrucción.

«Evolucionando del fondo negro al blanco y del color nuevamente a la oscuridad, la escenografía de Réquiem simboliza el ciclo eterno de creación y destrucción de la vida.»


El segmento más importante de Réquiem —justo cuando comienza a sonar la obra principal— es el que Castellucci denomina el «atlas de las desapariciones»: en el fondo del escenario aparecen los nombres de especies animales, obras de arte, ciudades o creaciones humanas que ya no están entre nosotros, que por una desgracia natural o por la acción directa del hombre han pasado de la vida a la inexistencia. Este recuerdo constante de lo que se ha perdido, y de lo que se perderá si no actuamos con urgencia, es la manera en que Castellucci anticipa la siguiente vuelta del ciclo: la vida es frágil, es difícil de conservar, y la muerte es inevitable. El escenario volverá a ser negro y quedará en ruinas. Sin embargo, ya comienza un nuevo ciclo, la vida surgirá nuevamente y así eternamente. En este contexto, la música de Mozart se convierte en un acompañamiento sonoro de profunda intensidad, que no está vinculada directamente con los movimientos sobre el escenario, pero sí con la densidad intelectual y la emoción que Castellucci quiere transmitir.