Esta nueva producción aborda el drama de Macbeth desde un punto de vista estético: siendo conocida la historia, Plensa aspira a vestirla de nuevo con una estética onírica.
Aunque la parte más conocida del trabajo de Jaume Plensa son sus esculturas, en las que crea figuras humanas con extraños efectos de volumen, su perfil artístico es mucho más amplio, y sería incorrecto reducirlo a un único aspecto de las artes plásticas. Plensa, a quien se le podría aplicar el tópico recurrente de “hombre renacentista”, es también un excelente diseñador gráfico, dibujante y grabador, pero sobre todo es un artista del espacio que aspira a que las diferentes artes, y en particular las que él domina, puedan convivir en entornos donde la suma de los puntos de vista enriquezca la realidad a su alrededor, y así creen algo nuevo donde antes sólo existía el vacío. De este modo, Plensa no sólo diseña o crea esculturas, sino que integra su trabajo en el entorno público –aeropuertos, plazas, parques, estaciones– para hackear, por así decirlo, la realidad. Una buena prueba de ello la tenemos en Constel·lacions, la intervención en forma de puertas de metal que ha convertido el acceso al Gran Teatre del Liceu, desde el comienzo de esta temporada, en una obra de arte.
Así, podría decirse que su obra aspira al ideal wagneriano de la totalidad, de la integración de diferentes expresiones bellas en un marco superior, y eso es lo que también, de manera esporádica pero apasionada, le ha llevado a la ópera. Jaume Plensa no es un recién llegado a este mundo: ha firmado producciones desde 1996 –títulos de Manuel de Falla, Claude Debussy o Béla Bartók, por ejemplo–, aunque bien es cierto que llevaba largo tiempo alejado del circuito. Sin embargo, la pulsión siempre ha estado ahí, con incontables proyectos en la cabeza. Sin ir más lejos, hace 25 años, el entonces director del festival de Salzburgo, Gerard Mortier, le preguntó a Plensa qué ópera le gustaría dirigir, y él respondió que tenía que ser Macbeth. Aquel proyecto no se materializó entonces, pero ahora ha llegado el momento: este estreno mundial, producido por el Gran Teatre del Liceu, significa la consecución de un doble sueño para el artista: regresar a los teatros con un proyecto personal en condiciones óptimas y saldar la deuda contraída con su título más deseado.
La versión de Macbeth que plantea Plensa quiere ser, en el plano estético, un absoluto goce para los sentidos, pues persigue transformar el horror del argumento en un marco de fantasía y alucinación. Realmente, es muy difícil encontrar nuevas capas de significado profundo en el texto de Macbeth: el drama de William Shakespeare ha sido analizado y revisado en infinitas ocasiones, y todos sus temas son perfectamente conocidos, desde el castigo que recibe la ambición desmedida a la fatalidad del destino, pasando por la recomendación de no atender a las malas influencias. La versión de Verdi, a partir de un libreto de Francesco Maria Piave, apenas se atrevió a tocar nada de la obra original: las mayores diferencias que hay entre un texto y otro están en la extensión –la ópera es más breve y elimina escenas por necesidades de tiempo– y en el papel de Lady Macbeth, que es secundario en Shakespeare y protagonista en Verdi, pues la ópera romántica siempre necesita de sopranos dramáticas de gran impacto emocional. Pero más allá de eso, Macbeth es una historia tan compacta que deja poco margen para nuevas lecturas. Por tanto, Plensa no ha pensado en deconstruir Macbeth, sino en vestir la ópera con ropajes nuevos.
El universo Plensa, pues, se despliega en todos los cuadros de la ópera e incluso sobrevuela el escenario con frases y palabras diseñadas con una tipografía especial que van subrayando la acción. La escultura, por ejemplo, tiene un papel central en la primera escena, la del encuentro de Macbeth y Banco con las brujas mientras vuelven al castillo del rey Duncan: una gran pieza de metal, que simboliza un trono –al que aspira el ambicioso Macbeth–, funciona también como un acantilado. En las secuencias introspectivas, como el primer monólogo y aria de Lady Macbeth, o su escena de insomnio al final de la ópera, estarán caracterizadas por el juego de luces diseñado por Urs Schönebaum para crear una sensación de irrealidad, de presencia de fuerzas irracionales, y por el añadido de capas de contenido a través de proyecciones en un telón de fondo.
Una mención aparte merece el vestuario, diseñado por el propio Jaume Plensa, que transforma a los personajes, a la vez, en estilizadas esculturas a su más puro estilo. Así, esta producción nos ofrece una condensación de estímulos estéticos de gran belleza y originalidad, un envoltorio sublime pensado para acompañar la belleza de la partitura y reforzar el imaginario –onírico, sangriento, profético y moralizante– de la historia de Shakespeare por la que tanta admiración sentía Verdi.