Marta Pazos y Raquel García-Tomás colaboran de nuevo tras la experiencia de Je suis narcissiste en 2018 en una ópera íntima que lleva a escena una historia de un colectivo invisibilizado y poco representado dentro de la narrativa operística como es la comunidad intersexual.
Herculine Barbin, también conocida como Alexina B., vivió en la Francia de mediados del siglo XIX y se suicidó en 1868, poco antes de cumplir 30 años, en una buhardilla pobre de París, en completa soledad. Incapaz de encontrar un espacio en la sociedad de su tiempo y de comprender su propio cuerpo, decidió inhalar gas tóxico y provocarse la muerte por asfixia. Antes de morir, sin embargo, dejó una autobiografía manuscrita que ha resultado ser de gran valor para conocer su historia: Barbin, que nació siendo niña y murió siendo un hombre —un juez le permitió registrarse civilmente como varón y adoptar el nombre de Abel—, relata en sus memorias el primer testimonio documentado de una persona intersexual. Según la ONU, “las personas intersexuales nacen con características sexuales (incluyendo genitales, gónadas y patrones cromosómicos) que no se ajustan a las nociones binarias típicas de los cuerpos masculinos o femeninos. Los expertos calculan que hasta el 1,7% de la población nace con rasgos intersexuales”. En esos tiempos, para describir estos casos, se utilizaba erróneamente el concepto de “hermafrodita”, una forma de simplificar una realidad corporal mucho más compleja que, para Alexina B., fue siempre un misterio y una causa de dolor.
Al nacer, se le asignó el sexo femenino y se crio como niña. Pero al llegar a la pubertad, Alexina B. descubrió que su cuerpo no se desarrollaba como el resto de sus compañeras de escuela. Nunca tuvo la menstruación, por ejemplo. Su primer trabajo fue como institutriz en una escuela, y allí conoció a Sara, la hija de Madame P., la directora del centro. Alexina sintió atracción por Sara, confirmó tras su primer encuentro amoroso que se sentía un hombre, y ese fue el comienzo de su camino de autoconocimiento en una sociedad que no estaba preparada aún para aceptar ni la intersexualidad ni el no-binarismo de género. Tras varios exámenes médicos y un fallo judicial, Alexina pudo cambiar legalmente de sexo, pero eso no solucionó nada, pues tampoco encajaba en el mundo de los hombres.
Alexina B. cuenta esta historia que la libretista Irène Gayraud conoció tras leer las memorias de Herculine Barbin, rescatadas en 1868 por el médico forense Regnier, editadas por el presidente de la Academia Francesa de Medicina, Auguste Tardieau —quien suprimió fragmentos arbitrariamente, perdidos para siempre— y publicadas en 1978 por el filósofo Michel Foucault, tras localizar el texto en un archivo. El caso de Alexina, además de haber sido una fuente de estudio importante para comprender mejor las vivencias de las personas intersexuales, es también la historia de un drama personal que constituye el punto de partida para crear una ópera significativa para nuestro tiempo. El núcleo artístico (Raquel García-Tomás en la composición, Irène Gayraud en la escritura y Marta Pazos en la dirección de escena) no solo cuenta la historia de Alexina, sino que se adentra en su mundo interior confrontando los hechos de su vida con sus miedos, sueños y dudas, y compone, así, un personaje que debe tomar decisiones imposibles, atrapado en un laberinto sin salida. A pesar de que el libreto se mantiene fiel al original de las memorias de Barbin, Raquel García-Tomás ha creado una música que funde el lenguaje actual con el del siglo XIX, citando a Franz Liszt (“Spozalizio” y “Bénédiction de Dieu dans la Solitude”) y a la santa abadesa del s. XII, Hildegarda de Bingen, cuyos responsorios “Favus Distillans” y “Ave Maria” sirven de inspiración para un par de escenas de esta ópera, en las que se explicita la tradición eclesiástica que se daba en el internado.
Alexina B. es una obra de nueva creación que busca simultáneamente dialogar con el pasado de la ópera —Alexina presenta aspectos que pueden recordar a Violetta Valéry, ya que muere en París sin poder culminar su anhelo de amor pleno, o de Isolda, que solo alcanza el éxtasis en el momento del suicidio—, pero también ampliar las fronteras del género en el presente. Este estreno, además, trae consigo un hecho notable: Raquel García-Tomás será la primera mujer que estrene una ópera en el Liceu en el siglo XXI, y será la segunda compositora que lo haga en los 175 años de historia del teatro, tras el precedente anterior de Matilde Salvador, que estrenó su Vinatea en 1974.