Estrenada en 1934, Lady Macbeth recibió el aplauso casi unánime de los críticos de la Unión Soviética como una obra maestra modernista, y al poco tiempo se representaba en diferentes ciudades de Europa y Estados Unidos. Pero desde enero de 1936, después de que Stalin acudiera a una representación en Moscú, fue prohibida en la URSS por ser una pieza amoral, disonante y contraria al gusto popular. La historia de esta obra está marcada profundamente por la intervención del poder totalitario, convertido en árbitro del criterio artístico.
Dmitri Shostakóvich leyó por primera vez la novela breve Lady Macbeth del distrito de Mtsensk en el verano de 1930, varios meses después del estreno de La nariz, su primera ópera. Por entonces andaba buscando una historia para continuar su carrera como autor de dramas musicales, y aquella historia cruel de Nikolai Leskov le impactó de tal modo que comenzó a trabajar en la música y el libreto por su cuenta, sin que hubiera ningún encargo de por medio.
La historia original de Leskov trata sobre la caída en desgracia de Katerina Ismailova, la esposa de un burgués de provincias que comete adulterio para sobrellevar su vida solitaria y tediosa, hasta que su familia y su entorno descubren su secreto: a partir de ahí, y para evitar la deshonra, comete una serie de asesinatos –su suegro, su marido, un sobrino– hasta que la espiral de violencia se vuelve incontrolable. Capturada por la policía, Katerina será condenada junto a su amante y cómplice Serguéi a trabajos forzados en Siberia, y allá encontrará su oscuro final.
«Leyó que su música ‘graznaba y gruñía y resoplaba’; que su carácter ‘nervioso, compulsivo y espasmódico’ procedía del jazz; que el ‘chillido’ había sustituido al canto. La ópera había sido claramente garabateada para los ‘amanerados’ que habían perdido todo ‘gusto sano’ por la música y preferían ‘una confusa corriente de sonido’. En cuanto al libreto, se centraba deliberadamente en las partes más sórdidas del cuento de Leskov: el resultado era ‘burdo, primitivo y vulgar’. […] Esto bastaba para quitarle la vida»
Julian Barnes, El ruido del tiempo, novela inspirada en la vida de Shostakóvich a la sombra de Stalin
La nariz, inspirada en un cuento de Gógol, había sido una ópera de argumento disparatado, muy cómica, pero con Lady Macbeth de Mtsensk quiso profundizar en una historia de tipo social. Aunque Leskov dejó claro el contenido moral de su novela –Katerina es malvada como la Lady Macbeth de Shakespeare, y su muerte es el pago justo por sus acciones horribles–, Shostakóvich no estaba tan seguro de que ella fuera la culpable absoluta de su desgracia. Su versión del texto –que trabajó junto con Aleksandr Preis, que había sido colaborador en La nariz– deja traslucir la idea de que Katerina era una asesina, pero no una criminal, pues en el fondo es la víctima de un sistema que le obliga a matar en defensa propia.
Tras cuatro años de trabajo, Shostakóvich estrenó Lady Macbeth de Mtsensk en Leningrado en 1934, con gran éxito. Había utilizado un lenguaje musical inspirado en el modernismo europeo de principios de siglo –con notables influencias del expresionismo de Richard Strauss y Alban Berg–, y la mezcla entre pasajes instrumentales en tensión, una sección de metal furiosa y pasajes líricos bellísimos –sobre todo en los soliloquios de Katerina– convencieron a muchos críticos de que esta era, posiblemente, la primera gran obra maestra de la música de la joven Unión Soviética. El éxito de Lady Macbeth no se limitó a la URSS –donde se representaba a la vez en Moscú y Leningrado–, sino que llegó a París, Berlín, Viena, Londres y Nueva York. A sus 28 años, Shostakóvich se había consagrado como uno de los principales compositores del mundo.
«Basada en una novela de Nikolai Leskov, Lady Macbeth es la crónica de una espiral de destrucción, la de una mujer adúltera que asesina para escapar de un destino inevitable»
Pero fue precisamente el éxito estruendoso de Lady Macbeth el que precipitó su desgracia. Desde 1932, la doctrina política en la URSS era el realismo socialista impuesto por el nuevo líder, Iósif Stalin, que propugnaba un arte al servicio de la clase obrera, sencillo y popular. En enero de 1936, Stalin acudió a una representación de la ópera en el teatro Bolshoi de Moscú y el día 18 de aquel mes apareció un editorial en el diario gubernamental Pravda –el infame Caos en vez de música– que señalaba la ópera como una aberración formalista, burguesa, inmoral y contraria a los principios del poder. Al ser un editorial, no se trataba de una crítica individual, sino de la opinión del gobierno –o sea, de Stalin–, lo que situaba a Shostakóvich en una posición peligrosa: aunque no llegó a ser detenido ni ejecutado, sí recibió presiones para que recondujera su manera de componer a un estilo menos vanguardista.
Lady Macbeth de Mtsensk fue prohibida en la URSS hasta 1963 –cuando se reestrenó, en una versión censurada, diez años después de morir Stalin– y la versión original no se volvió a representar en Moscú hasta el año 2000. Su valor completo e inmenso está, pues, no sólo en su ambigüedad moral y en su composición atrevida, sino en el símbolismo del efecto catastrófico que tuvo el ejercicio del poder totalitario sobre el arte moderno en el siglo XX.